El Ausente by Raúl Garbantes

El Ausente by Raúl Garbantes

autor:Raúl Garbantes [Garbantes, Raúl]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Thiller - Policiáca
editor: Autopublicamos.com
publicado: 2018-05-30T22:00:00+00:00


Capítulo 15

Lydia decidió regresar a Savannah, intentar reconciliarse con los Douglass y retomar su conflictiva comunicación con Stanley.

Aunque, para jugar esta segunda partida, se llevaría un par de ases bajo la manga.

Antes de tocar la puerta respiró y exhaló dos veces, profundamente, y se preparó mentalmente para la catarata de insultos y gritos que acaso estaba a punto de caerle.

La gente de Savannah abre la puerta sin preguntar antes quién es, con una confianza en la especie humana difícil de hallar en otras zonas. Por eso Charles Douglass no se dio a sí mismo la chance de eludir el encuentro con Lydia, y cuando fue capaz de rechazarla con un semblante de desprecio ya la tenía enfrente.

—Por favor, Charles —dijo Lydia, mostrando las palmas de las manos en una señal conciliatoria—, usted sabe bien que a veces debemos provocar la reacción de un paciente con métodos que en absoluto disfrutamos.

Lydia apelaba a la vanidad profesional de Charles, situándolo en la posición de colega.

—Aun si Vivian y yo aceptáramos que usted volviese a hablar con él, Stanley no querrá verla, señorita Chen.

Charles estaba, desde ya, mucho más calmado que durante su último encuentro. De todos modos, parecía un hombre bastante más racional que su mujer, con una menor tendencia a los arrebatos. Lydia se dijo que, incluso si superaba este primer escollo llamado Charles Douglass, no le resultaría tan fácil convencer a Vivian.

Y detrás del muro indignado que formaban ellos dos, el máximo de los obstáculos: el bloqueo mental que mostraba padecer el propio Stanley.

Antes de que ella replicara las palabras anteriores, Charles Douglass habló de nuevo:

—¿Puedo preguntarle qué lleva en ese paquete?

Lo que Charles llamó «paquete» era en realidad una funda negra en la que Lydia cargaba un pequeño teclado Yamaha. Se tomó la molestia de pedírselo prestado a la madre de un antiguo paciente, con la que todavía seguía en contacto y tenía una excelente relación. Aquella mujer vivía cerca de la zona y gran parte del tratamiento de su hija pequeña se había sustentado en la música. Cada paciente, por lo general, se sentía más cómodo con una forma específica de comunicación. El testimonio de Michael Strutt le sugirió a Lydia una nueva puerta, o más bien un posible intersticio, por la que intentar llegar a Stanley: su pasión por el piano.

Lydia decidió ser del todo franca con los Douglass: de otro modo no volverían a confiar en ella.

—Es un teclado. Mirándolo con ojos muy amables, podríamos decir que equivale a un piano.

Dejó que la frase cayera en soledad, sin añadir ninguna aclaración o comentario. Quería observar el semblante de Charles: comprobar si sus globos oculares apuntaban hacia arriba, indicando una evocación de aquel pasado en que su hijo tocaba ese instrumento; o si sus labios se contraían y se pasaba la lengua por la boca, denotando la ansiedad del que se siente invadido ante alguien que ha averiguado uno de sus secretos. A Lydia, en efecto, no dejaba de resultarle sospechoso que jamás le mencionaran esa afición de Stanley.



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